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Channel: Paul Morrisey – Trasdós
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El desinterés del ‘transactivismo’ por una exestrella en la miseria

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Holly Woodlawn (Fotos: Wikipedia)

Holly Woodlawn (Fotos: Wikipedia)

La canción, un catálogo preciso de una tribu dedicada sin remordimiento al cultivo del vicio entendido como revuelta —y ciertamente tal vez sea la depravación la mayor y más efectiva forma de rebelión—, empieza así:

Holly vino de Miami, Florida
Atravesó los EE UU haciendo autoestop
Se depiló las cejas de camino,
Se afeitó las piernas y entonces él era ella

La primera protagonista de la letanía de Lou Reed sobre el wild side es Holly Woodlawn. Nació en Puerto Rico en 1946 con una identidad que sólo es posible en la afiebrada tierra caribe-guajira: Haroldo Santiago Franceschi Rodriguez Danhakl.

La genética estaba tan mareada como la genealogía: Haroldo se sentía como una mujer nacida en un cuerpo de hombre. Aunque nunca se sometió a una reasignación quirúrgica de sexo, desde 1969 empezó a tomar esteroides, cambió su nombre por el de Holly, un homenaje al personaje de Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes, y vivió desde entonces como mujer.

Mientras el mundo moderno aplaude y apoya lo queer —convertido en guiño de consumo y en bazofia televisiva por productos de medio pelo como la serie producida por el holding Amazon Transparent—, Holly a estado a las puertas de la indigencia y a punto de ser expulsada de un hospital de Los Ángeles por carecer de dinero suficiente para pagar tratamientos médicos necesarios para su salud deteriorada.

La veterana transexual, actriz de la Factoría de Andy Warhol en películas como Trash (Paul Morrisey, 1970) [siguiendo este vínculo de YouTube se puede ver completa en cinco partes], ha logrado salir del brete con la ayuda de una campaña montada por quienes la recuerdan, quieren y conocen.

Con el lema Bring Hollywooland Home, centenares de fans han recaudado casi 60.000 dólares, suficiente dinero como para saldar las deudas y asegurar los cuidados médicos durante una temporada.

La lección moral del caso es que ninguna asociación de esas modernas y limpísimas que defienden la libertad de género —la potente GLADD, por ejemplo, apoyada por estrellas de Hollywood y celebrities y con poder de lobby electoral—, ni tampoco ninguno de los muchos transactivistas que se pavonean de su merecidos derechos, han salido a la palestra para hablar de la situación límite de una pionera y echar un cabo a un símbolo de la transexualidad en horas bajas.

Creo que el desinterés tiene que ver con la condición de Holly como residente en el lado salvaje: drogadicta, rebelde, viciosa, pornógrafa… Uno empieza a pensar que todo sigue igual. Pese a pasos de gigante como el matrimonio homosexual aprobado por el Supremo de los EE UU, sólo los limpios merecen el cielo.

Jose Ángel González


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